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Marcos Ana, socio de honor de la Asociación de Descendientes del Exilio Español

marcosanaHace unos días nos recibió en su domicilio Marcos Ana. Teníamos pendiente hacerle la entrega del carné indefinido de la Asociación, como socio de honor, así como la medalla de la Asociación.

Mantuvimos con Marcos Ana una relajada conversación en medio de un salón lleno de recuerdos; fotos con aquellas personas que conoció en sus viajes por todo el mundo, carteles de homenajes enmarcados, muchas dedicatorias y libros, muchos libros.

Comienza a hablar de sus orígenes humildes, del amor a sus padres de los que adopta el nombre por el que será conocido, de su compromiso desde muy joven contra el fascismo, de cómo lo apresaron en Alicante y cómo pasó al campo de Albatera; el campo de los Almendros que escribiría Max Aub, buen amigo suyo, de donde recuerda el hambre que pasaban, alimentándose de las pocas hierbas del campo, dice sin rencor “había más personas que hierbas”. Consiguió huir del campo y llegó hasta la casa de su hermana en Alcalá de Henares, allí su cuñado, albañil de profesión, construyó una buhardilla para esconderlo.

En Alcalá, en compañía de otros, inició la formación de una serie de células clandestinas, en esta tarea llamó a un amigo o que él creía amigo, y  se encontró que era confidente de los franquistas por lo que fue detenido y condenado, su ingreso en cárcel le sirvió para consolidar, aún más,  las ideas.

Marcos Ana es una persona que trasmite serenidad, aunque lo que nos cuenta es apasionante, su vida lo ha sido, vivencias muy duras, la muerte siempre próxima, lo cuenta sereno. Nos atrevemos a decir que con optimismo, pues repite varias veces “yo he tenido mucha suerte”. Es difícil entender que la persona que más tiempo permaneció en una prisión franquista, desde los 19 años hasta los 42 años, pueda decir que ha tenido suerte.

A lo largo de la conversación esto de la suerte se entiende. Nos relata como en prisión, además, de empezar a escribir poemas, organizaban las comunas. Sistema de distribución equitativa; todo lo que llegaba a la prisión, fundamentalmente alimentos y productos de higiene, iba a un fondo común y se distribuía entre todos independientemente de quién lo hubiese aportado. Es evidente que es su ideal de vida porque se le iluminan los ojos cuando lo narra. También en la prisión de Porlier desarrolló otro importante papel; tomó la iniciativa de aproximación a los presos comunes. Los presos políticos y los presos comunes no se relacionaban, pero él pensaba que se les podía hablar de las ideas. Así, se produjo una incipiente relación entre unos presos y otros, y “alguna idea cuajó en algunos de ellos”.

Otro de los episodios de su vida que recuerda con más satisfacción es la creación del Centro de Información y Solidaridad con España (CISE). Al salir de prisión, en su partido, el Partido Comunista, consideran que es más seguro para él salir de España, así se exilia en Francia y asume la dirección del CISE. Los objetivos fundamentales eran ayudar a los exiliados españoles, allí acudían de diferentes partidos e incluso sin militancia alguna. Con el transcurrir del tiempo observaron que los emigrantes también tenían dificultades y el CISE se abrió también a ellos. Cuenta que les ayudaban a cubrir las necesidades más básicas, a buscar casa, trabajo, a traducir los documentos, y en general, a aquello que pudieran necesitar. Aquí recuerda “la inestimable ayuda aportada de forma totalmente altruista por Teodulfo Lagunero, hombre generoso donde los haya; un verdadero comunista que ponía millones sin retorno y sin esperar nada a cambio”. No es necesario que nos diga nada; se ve que quiere y admira a Lagunero, del cual nos contará varias anécdotas para concluir: ¡Vaya personaje!.

La labor del CISE no se circunscribía a París, o Francia por extensión; Marcos Ana recorría el mundo dando a conocer la situación de los presos políticos en España, demandó a los gobiernos y a las personas con proyección mediática su solidaridad y apoyo con campañas contra la dictadura franquista y la exigencia de sacar a los presos políticos de las cárceles; nunca cejo en este empeño. Reconoce el apoyo de América latina donde encontraba siempre mucha receptividad. Sonríe con picardía mostrándonos un cartel enmarcado de Luna Park en Buenos Aires, su intervención en 1963 lo llenó a rebosar, al quedar muchas personas sin poder acceder, la organización puso megafonía en la calle. “Hubo una campaña enorme por parte de la embajada franquista contra mí, y eso hizo que me conociera más gente. Cuando intervine comencé dando las gracias a la embajada por su contribución a aquel acto”. Resume con satisfacción: el CISE fue un punto de referencia, un puente para mucha gente que estaba en dificultades.

Volvió del exilio a finales de 1976, desde entonces reside en Madrid, aunque continuó viajando por todo el mundo y continuó escribiendo cosas que llegan al alma. Si hay que destacar algo de Marcos Ana es su disposición, siempre solidaria con el débil; “este afán es lo que da sentido a la vida”.

Nos despide con un breve poema:

“Mi casa y mi corazón

nunca cerrados

que pasen los pájaros, los amigos

el sol y el aire”.

Salimos del domicilio de Marcos Ana, en silencio, con un pensamiento común: ¡Que buena gente es!

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