Cuatro Barcos, un mismo destino
Fernando Barral
Cada uno de ellos tenía un nombre distinto, distinta nacionalidad y habían sido construidos para un propósito diferente. Pero las circunstancias de la vida los relacionaron con un hilo invisible que los dirigía a un mismo destino. Esta es la historia contada por esos cuatros barcos.
El primero fue el “African Trader”, un barco ya casi obsoleto que provenía de unos astilleros escoceses. Durante casi toda su vida útil estuvo transportando carbón desde Inglaterra por las costas del África Occidental y cuando ya apenas sirvió para estas largas travesías, fue incautado por el Gobierno Republicano Español a finales de la Guerra Civil, en el Puerto de Alicante, en el Levante, con el objetivo de transportar refugiados hacia Argel. Se hallaba justamente en el puerto de Alicante cuando ocurrió la debacle y miles de refugiados se apresuraban por llegar al único puerto de esa zona y al único barco en ese puerto. Esto ocurrió en abril de 1939. Entre los miles de refugiados que se amontonaban en el muelle de esta ciudad entre montones de sal, estábamos mi madre inválida y yo, que tenía entonces 11 años de edad.
El barco había descendido una escala para subir los pasajeros y todos ellos se apelotonaban para lograrlo. Cuando ya habían subido cientos o posiblemente miles de polizones, repentinamente la escala se levantó y por un altoparlante se oyó una voz que decía que el barco estaba lleno y no podía admitir más pasajeros. Una ola de desolación se extendió entre los que no habían logrado abordar, y que después de una pausa, incrédulos ante su mala suerte, empezaron lentamente, a retirarse hacia la ciudad. Pero no nosotros. Yo me resistí a retirarme, en una clásica “perreta infantil” me quedé plantado y dije que no me movía de allí, pese a los esfuerzos de mi madre, que con su pierna ortopédica, estaba ya cansada de estar de pie. Por esta vez la “perreta infantil” me dio resultado: como un cuarto de hora más tarde volvieron a bajar por breves minutos la escala y nosotros, junto a un grupo pequeño de personas que estaban allí, subimos por fin al barco.
Este fue el primer barco de mi vida: el “African Trader” de nacionalidad inglesa y con tripulación griega. Viejo y sin camarotes, pues era un carguero y con la cubierta atestada de refugiados, pero nos permitió salir de España, huir de los franquistas hacia la LIBERTAD, palabra que entonces no conocía…
El segundo barco era de nacionalidad egipcia y se llamaba “Al Kantara”. Hacía la travesía, de Argel a Port Vendres, Francia. Ya terminada la guerra, ésta travesía fue menos dramática que la anterior. Pero también salíamos huyendo, mi madre y yo. Huyendo de un campo de concentración de la Gendarmería Francesa, situado en Ain El Turk, en las estribaciones de los Montes Atlas y destinado por las autoridades solo a las mujeres y los niños. ¡Muy delicado de su parte! Vivíamos con relativa ¨comodidad¨, aunque en tiendas de campaña. Cinco o seis meses después, por una gestión de mi tío Fernando a través de las organizaciones de ayuda a los refugiados, desde Argentina, donde él residía desde hacía años, obtuvimos nuestra libertad. Lo demás fue una aventura: quinientos kilómetros en un taxi alquilado por los Gendarmes, desde Orleansville hasta el puerto de Argel: allí estaba nuestro segundo barco: el ¨Al Kantara¨, matriculado en Egipto: él nos llevaría, en una travesía que duró apenas una noche, desde Argel hasta Port Vendres. El primer barco nos había salvado la vida. Este segundo, nos daba la LIBERTAD.
El tercer barco el “Winnipeg”, se hizo famoso por ser el último barco que pudo salir de Europa antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial; lo que le valió el sobrenombre de “Barco de la Esperanza”. Atravesó el Atlántico esquivando los submarinos alemanes, y por fin llegamos al Caribe. La primera escala fue en una isla pequeña cuyo nombre no recuerdo, sólo recuerdo a varios nativos nadando alrededor del buque pidiendo que les arrojaran monedas. Estas caían al agua, los muchachos se sumergían para recuperarlas y después se las guardaban ¡en la boca! pues sus taparrabos no tenían bolsillos. Uno o dos días después llegamos a Panamá, al famoso Canal de Panamá. Famoso entre otras cosas por los miles de vidas humanas que perecieron víctimas de malaria, fiebre amarilla, cólera y otras enfermedades durante las obras. Pero más famoso aún por sus maravillosos juegos de esclusas: uno en el Golfo de México para sobrepasar las Montañas del Istmo, y otro hacia el Pacífico para bajar nuevamente al nivel del mar, con una diferencia de más de 10 metros entre ambos.
El barco entraba en la primera esclusa, ésta se cerraba y abrían unos potentes chorros de agua que elevaban el barco hasta el nivel de la segunda esclusa, que a diferencia de la primera estaba casi vacía. Al pasar a esta segunda esclusa se repetía la operación, se llenaba de agua y el barco subía otros ocho o diez metros. Al final de la tercera o cuarta esclusa, no recuerdo exactamente, se abrían las compuertas que comunicaban con el Lago Gatún, situado en la meseta central de Panamá. Aquí, el barco, impulsado ya por sus propios motores, recorría el lago en dirección al Pacífico, atravesando, antes de llegar, un tramo largo y estrecho, conocido como “Paso de la Culebra”, tal vez por lo estrecho que era. De ahí entraba en un segundo juego de esclusas y se repetía la operación al revés, de arriba hacia abajo hasta llegar al nivel del Pacífico, que estaba a unos diez o doce metros más bajo que el Atlántico. Mi madre se pasó estos días en el camarote, mientras yo observaba atentamente la navegación por el lago y a través de las esclusas cuando se abrían al océano Pacífico.
Este tercer barco, luego de atravesar miles de kilómetros de océanos y sortear decenas de obstáculos, también nos acercaba a la LIBERTAD, la libertad otorgada por el empeño de Pablo Neruda y el presidente de Chile Pedro Aguirre y refrendada por todo el pueblo chileno, que acudió a recibirnos a los muelles.
El último barco fue el “Santa Ana”, de bandera italiana, que trasportaba pasajeros y carga, y hacía el trayecto de Buenos Aires a Nápoles, Italia, a la modesta velocidad crucero de 12 nudos por hora. También de aquí salí huyendo, pero esta vez solo. Salía de la cárcel de Villa Devoto, donde había estado confinado varios meses, y sólo a último momento cambió mi destino original: de ser deportado a la España franquista por comunista, con una condena a muerte casi segura, a la condición de refugiado político en Hungría, ese pequeño y casi olvidado país centroeuropeo. Allí obtuve mi definitiva LIBERTAD y pude concluir mi carrera de médico, la LIBERTAD de escoger mi destino, de venir a Cuba, y enderezar definitivamente mi vida, encontrar mi amor y mi destino…
Todo esto lo obtuve, tras dramáticas vicisitudes, gracias a los cuatro barcos que, cada uno con su propia trayectoria, tan diferentes todas, me llevaron a distintos puertos pero a un mismo destino: LA LIBERTAD.