Manuel Azaña murió en el exilio en Montauban (Francia) el 3 de noviembre de 1940, tenía 60 años. Es recordado, fundamentalmente, por ser el presidente de la II República Española en el periodo más doloroso; 1936-1939. Pero Azaña, además, fue Presidente del Gobierno (1931-1933) Ministro de Guerra, diputado en varias legislaturas… y gran escritor; obtuvo el Premio Nacional de Literatura (1926).
Tanto en la política como en la literatura y en el campo del Derecho (pertenecía a la Academia de Jurisprudencia) defendió con convicción la libertad y universalidad de la enseñanza, la igualdad entre los ciudadanos, el sufragio universal, la libertad de asociación de los trabajadores, la democracia parlamentaria, la justicia social, el fin del caciquismo y la reforma agraria, el Estado federal, el divorcio y la democratización del ejército, como cuestiones básicas a alcanzar mediante la unión de los partidos de izquierdas bajo un Estado laico y soberano, estableciendo como única forma de gobierno democrático la república.
Es indescriptible el dolor que le produjo como demócrata, republicano y sobre todo como Presidente el golpe de Estado fascista del 18 julio de 1936. Intentó por varias vías diplomáticas frenar la masacre que suponía esa guerra. Es famoso su discurso dos años después un 18 de julio en Barcelona donde llamaba a la reconciliación con la consigna “paz, piedad, perdón”.
A pesar de su clara visión de cómo se desarrollaban los acontecimientos y cuál sería el desenlace dio un ejemplo más de su talla como político no dimitiendo como Presidente de la República; sus destinos estaban unidos. En sus escritos deja constancia de ello: La rebelión militar es un crimen de lesa humanidad. No existe ninguna justificación para una guerra (lo denomino delito) aunque fuesen ciertos todos los males de los que acusan a la República. La República es la legalidad. Además de estas reflexiones políticas, había una humana de gran peso para Azaña; no dimitía por respeto a los combatientes.
El 5 de febrero de 1939 el Presidente salía camino del exilio, como tantos miles de españoles, pasando a Francia por el puesto de Chable-Beaumont. En junio se instala en Montauban por ser zona libre en una Francia dividida; su familia y amigos, en zona ocupada por el ejército nazi, fueron detenidos por la Gestapo con ayuda de la Falange que también intentó la detención de Azaña. El embajador de México lo protegió hasta el último momento; cuando falleció M. Azaña al año siguiente, Petain prohibió un entierro de Jefe de Estado e imponía la bandera rojigualda en el féretro. Ante tan gran ignominia el Embajador de México Luis I. Rodríguez Taboada anunció “Lo cubrirá la bandera de México; para nosotros será un privilegio; para los republicanos, una esperanza; y para ustedes una dolorosa lección”.